Isabel Herrera
Lee la explicación de la obra de Isabel y escucha la pieza musical
Como de costumbre, el sábado, fuera este uno gris, soleado, o aquel en el que soplaba perfectamente esa brisita “como de noviembre”, era un día perfecto para encaramarme al tercer pino de la fila de seis que formaban el lindero de la casa
Lograba treparme a la cuarta rama hacia arriba. Realmente era la rama perfecta. Y, ya en ese asiento, que para mi era como estar en el cielo, sacaba de mi bolsillo la flauta negra. Le había escrito con marcador permanente metálico mi nombre por toda su longitud con mi mejor letra de molde: “Isabel Herrera”.
A veces me gustaba practicar lo aprendido en clase, aunque ya se me hacía muy fácil y aburrido. Me gustaban los retos musicales; el poder aprenderme las notas de lo que escuchaba mi papá en la FM Fama como aquellas canciones de Eddie Rabbitt y Journey, o incluso las favoritas de los de Bee Gees.
Estar en el árbol tocando la flauta era mi momento de soledad, pero de mucha presencia, de fe, y donde me permitía soñar sin freno alguno. Era un momento donde podía crear, sentir, y simplemente estar libre con y en mis deseos. Probablemente lo necesitaba. Recuerdo que sentía una tranquilidad particular, ahora creo que lo que sentía era un agradecimiento puro por la vida; por poder estar haciendo lo que me gustaba, por poder ver, sentir, por escuchar y por sentirme siempre querida y acompañada. Me sentía bendecida y dichosa.
Entre tantas compilaciones practicadas estaba la canción el “Pescador de Hombres”. Esta la tocaba muy poco y solo en momentos donde necesitaba sentir más esa fuerza superior, ese alivio al dolor y miedo, un cierto confort. Comprendo ahora que parte de la razón que me identificaba con esa pieza, era porque “El Pescador de Hombres” le gustaba mucho a mi mamá. Recuerdo que la primera vez que entendí un poco lo que le significaba a ella, fue al verla cantar y derramar lágrimas cuando la tocaba el piano y el coro de señoras de la misa en la iglesia San Francisco. Mi mamá no era una de cantar en público, y mucho menos de llorar. No se lo permitía, pero en esta oportunidad fue más fuerte que ella. Vi en sus ojos una luz más clara y brillante que sus ojos color del cielo; era un cierto anhelo de esperanza, de fe, y a la vez una fragilidad y dulzura que no había percibido antes en ella. Entendí en ese momento que para mi mamá, “El Pescador de Hombres” no era solamente otra canción. Nunca sabré exactamente qué le significaba, qué sentía, o qué la conmovía tanto, quizás cuando nos reunamos en el cielo me lo contará.
Mientras tanto, me emociono mucho cada vez que escucho esta canción, y sonrío al saber que que si hoy día agarro la misma flauta colegial negra con mi nombre grabado, puedo recordarme de las notas tal y como en aquel entonces.
Por esa razón, cuando me dieron la gran oportunidad de representar un instrumento musical con mi obra para la Colectiva de Junkabal, de inmediato pensé en mi flauta negra; subida en la cuarta rama de aquel tercer pino, gozando la sinfonía del viento con los cipreses, soñando despierta, viviendo el instante, en plenitud, y agradecimiento, tal y como vi a mi mamá cantando “El Pescador de Hombres” aquel domingo a medio día en San Francisco.
Lograba treparme a la cuarta rama hacia arriba. Realmente era la rama perfecta. Y, ya en ese asiento, que para mi era como estar en el cielo, sacaba de mi bolsillo la flauta negra. Le había escrito con marcador permanente metálico mi nombre por toda su longitud con mi mejor letra de molde: “Isabel Herrera”.
A veces me gustaba practicar lo aprendido en clase, aunque ya se me hacía muy fácil y aburrido. Me gustaban los retos musicales; el poder aprenderme las notas de lo que escuchaba mi papá en la FM Fama como aquellas canciones de Eddie Rabbitt y Journey, o incluso las favoritas de los de Bee Gees.
Estar en el árbol tocando la flauta era mi momento de soledad, pero de mucha presencia, de fe, y donde me permitía soñar sin freno alguno. Era un momento donde podía crear, sentir, y simplemente estar libre con y en mis deseos. Probablemente lo necesitaba. Recuerdo que sentía una tranquilidad particular, ahora creo que lo que sentía era un agradecimiento puro por la vida; por poder estar haciendo lo que me gustaba, por poder ver, sentir, por escuchar y por sentirme siempre querida y acompañada. Me sentía bendecida y dichosa.
Entre tantas compilaciones practicadas estaba la canción el “Pescador de Hombres”. Esta la tocaba muy poco y solo en momentos donde necesitaba sentir más esa fuerza superior, ese alivio al dolor y miedo, un cierto confort. Comprendo ahora que parte de la razón que me identificaba con esa pieza, era porque “El Pescador de Hombres” le gustaba mucho a mi mamá. Recuerdo que la primera vez que entendí un poco lo que le significaba a ella, fue al verla cantar y derramar lágrimas cuando la tocaba el piano y el coro de señoras de la misa en la iglesia San Francisco. Mi mamá no era una de cantar en público, y mucho menos de llorar. No se lo permitía, pero en esta oportunidad fue más fuerte que ella. Vi en sus ojos una luz más clara y brillante que sus ojos color del cielo; era un cierto anhelo de esperanza, de fe, y a la vez una fragilidad y dulzura que no había percibido antes en ella. Entendí en ese momento que para mi mamá, “El Pescador de Hombres” no era solamente otra canción. Nunca sabré exactamente qué le significaba, qué sentía, o qué la conmovía tanto, quizás cuando nos reunamos en el cielo me lo contará.
Mientras tanto, me emociono mucho cada vez que escucho esta canción, y sonrío al saber que que si hoy día agarro la misma flauta colegial negra con mi nombre grabado, puedo recordarme de las notas tal y como en aquel entonces.
Por esa razón, cuando me dieron la gran oportunidad de representar un instrumento musical con mi obra para la Colectiva de Junkabal, de inmediato pensé en mi flauta negra; subida en la cuarta rama de aquel tercer pino, gozando la sinfonía del viento con los cipreses, soñando despierta, viviendo el instante, en plenitud, y agradecimiento, tal y como vi a mi mamá cantando “El Pescador de Hombres” aquel domingo a medio día en San Francisco.